Abrió los ojos.
En realidad uno, el otro se quedó cerrado.
Trató de ver a su alrededor sin lograrlo:
la interrumpió la cucaracha que comía una gota de sangre coagulada sobre el piso,
cerca de su mejilla izquierda.
Todo empezó en un café, un par de años atrás;
él, aunque no muy guapo, se veía inteligente y de buenos modales.
Tomó conciencia de su estado:
horizontal,
dolor agudo, sin distinguirse certeramente el lugar de procedencia.
Era el ojo, (siempre es el ojo),
ese que había quedado cerrado.
Congeniaron de inmediato,
ambos bebedores asiduos y "revolucionarios" trasnochados.
Al sumarlas, llevaban 1,456 horas de charlas improductivas.
Y ahora cómo me levanto?,
dónde está aquél?,
será que esta vez si me mandó a la mierda?,
ahora qué me invento en el trabajo?
Pero se les acabó la fiesta:
la sangre vaginal tardaba demasiado.
Cómo traer niños a este mundo?
y eso sin contar la hueva que da criarlos.
Ya incorporada,
se sentó en la cama;
no encontró espejo donde verse.
Lo mejor -se dijo- sería esperarlo.
Ya se le ocurriría algo para contentarlo.
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